FRASCOS DE MELANCOLÍA.

FRASCOS DE MELANCOLÍA.

Mira a su alrededor. No sabe a quién se dirige. La expectación le causa una molestia deliciosa.
Si supiera que tú estás aquí.
¿Cuántos números habían pasado por su mente? Tan sólo sesenta. Recordó el día en que escribió acerca de un reloj, también cuando miró por primera vez los ojos de aquella mujer.
Abrió una libreta que tenía sobre la cama y leyó una carta escrita a manera de cuento.
Por un instante, volvió a sentir los nervios de aquella mañana. ¡Vaya, después de todo no era para tanto!.
Tiempo después le preguntó por unos frascos vacíos sobre la mesa. No recibió respuesta.
No creo nada... solamente me gustas...y ya. Sigue mirando a su alrededor. Alcanza a escuchar un sollozo que le causa confusión. Da unos pasos y cae al suelo. Siente entre sus manos una humedad extraña.
Ella se levantó de la cama y salió al balcón para tomar algo de aire. Su mente estaba en otro lugar, en otro tiempo (como casi siempre). Caminó por la larga calle, cargando con sus fantasmas dentro del bolso. Cerró por un momento los ojos y dejó que se escaparan todos sus recuerdos para que funcionara aquel instante. Una lágrima rodó por su mejilla.
Él la encontró guardando algo. Le causó cierta curiosidad. Al levantar la mirada, ella sonrió.
Lleva uno de los dedos hasta su boca, un sabor salado inunda sus papilas gustativas.
Lavaré con mi sangre los restos de nuestro próximo futuro.
Siguió leyendo la carta-cuento. Revivió el calor que desprendía su entrepierna, su pelo deslizándose sobre su pecho. ¡Quién iba a decir que hasta ahora entendería!. Tomó una pluma y un pedazo de papel.
Él iba dispuesto a hacer realidad todas las ficciones posibles que había creado en su mente. Ella le besó el cuello y se sentó a su lado.
¡Escríbeme un corderito!.
Va cayendo en la cuenta. Comienza a recordar en donde está, por qué está ahí. Aún le duele un poco la cabeza pero hace un esfuerzo y se desplaza gateando hacia el cuarto que solloza.
Él tomó su mano e intentó abrazarla. Ella solamente se acurrucó en su hombro y lo miró como nadie nunca lo había hecho. Por un momento pensó que era una mirada de compasión, pero no tardó mucho en saber que era más, una sencilla invitación.
Volvió a mirar el reloj. Otros sesenta más. Dobló la carta-cuento y la puso cerca de su almohada. Empezó a escribir incansablemente, hoja tras hoja, vaciando su cabeza de memorias, sintiendo que un pesar se desvanecía.
“Me despertó un estremecimiento parecido a un ecalofrío”... Por favor, escríbeme un corderito. Un ambiente extraño invadió el lugar. Volvieron a mirarse y entonces apareció un beso. La piel de ambos parecía fundirse: parecía imposible reconocer un cuerpo del otro. Comenzaron a escurrirse por el suelo, mezclándose con los cálidos fluidos que emanaban de su interior. Ella cerró los ojos. Él simplemente, la leyó. Poco después al despertar y sacudir el sopor, la observa durante un segundo. Mira unos frascos vacíos sobre la mesa y le pregunta que para qué son. No recibe respuesta.
¿Quién habrá de escribirme un corderito?
Empieza a escuchar los sollozos más cercanos, más profundos. Sigue andando a gatas con cierto temor de volver a caer. Entonces, la ve, completamente desnuda, sentada en un sillón con un frasco en la mano. La cabeza comienza a darle vueltas. Ahora, entiende que esa imagen es tan solo un sueño. Aun así se acerca intentando descifrar lo que sucede. La observa de cerca y contempla una rosa seca que ella aprieta en la mano, mientras con la otra, va guardando en un frasco todas las lagrimas que resbalan por su rostro. Ella mira el espacio vacío y solamente susurra.
Por favor, escríbeme un corderito...

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