Déjame decirte...




Espero que no sea demasiado tarde, ni tampoco muy temprano. Es una de esas veces en las que me pongo a pensar en voz alta (en letra alta, pues) sólo para escuchar la mel-odiosa voz que sale de mis dedos.

La edad perfecta es sólo aquella que no puede contarse, es decir, uno la tiene únicamente cuando no sabe contar. 

"¿Cuántos años tienes?" nos decían esos individuos que se regocijaban al vernos mirar nuestros deditos mientras enunciábamos cifras al azar.

La infancia es una edad sin edad. Da lo mismo tener tres años o cinco, uno siempre es un "niño grande" o "el bebé" según la conveniencia.

El tiempo cobra sentido cuando se sabe medirlo. Durante la infancia, cinco minutos podían ser veinticuatro horas. En una edad contable, veinticuatro horas son... veinticuatro horas (o 1440 minutos, como se desee).

¡Vaya reflexión inocua! Si este tipo de flashasos cayeran de a diario sobre la fértil tierra de mi ignorancia, terminaría dando de gritos en Picadilly uno de estos días.

Así funciona el estrés, nos vuelve un poco más dementes (más a-mentes, más bien) poco a poco. No sé, no sé... tal vez intentaba escribir una carta y ahora termino con este extraño sermón. 

La vida no es un mero objeto fenomenológico. Parece absurdo pensar que podemos sentarnos a ver cómo se manifiesta una y otra vez. Acá estoy yo, manifestándome también... transformándome y te aseguro que no sólo de manera superficial. Sin embargo, tampoco me puedo negar como un fenómeno ¿qué tú si?

Pero estábamos en la edad del gu-gú da-dá, aquella en lo que lo contable es, justamente, un mero fenómeno (desconocido para el gu-gú- da-dá). Ahí lo que importa es la leche. ¡La leche! un sueño de biberón. ¡Mamá!

Las cosas que uno cree, nunca son como son (pueden serlo).
Creo que es mejor dejar de ponerle horizontes a lo eterno, pero también creo que es preciso tener horizontes para habitarlo. Preferiría no creerlo, pero creo que podría hacerlo y aún así, no lo hago.

¿Preguntas? Respuesta: no la tengo.

Me preocupa cuando las cosas no fluyen por su propio cauce o cuando no caen por su propio peso. En pocas palabras, cuando me esfuerzo demasiado en decir lo que quiero.

Nooooo... esto todo no es exactamente para ti, ni para ti tampoco... es para ti solamente, ya sabes bien a quién me refiero, aún cuando no tengo idea de quién pueda leerlo.

Ya empecé a rimar de nuevo. Pfffff!

Pero como ya has perdido demasiado de "eso" que nombramos como contable será mejor que te diga justo lo que intentaba decirte desde el principio.

Estoy cansada, tengo sueño, me molesta que las palabras se pasmen cuando tengo deseos de platicar con él alguna noche (esta por ejemplo), quiero recluírme un largo tiempo en mis libros.

Ojalá estos momentos sean meros pretextos para decir "y sobrevivimos...", que en poco más de un mes me levante de la cama con una nueva transformación debajo del brazo. ¡Mira! ¡Una vez más, cada una de esas cosas extrañas vuelven a cobrar su sentido!

Hoy es demasiado tarde y muy temprano a la vez. Me perdí del tiempo, pero sé que mañana será mañana.

Me siento lejos.

Comentarios

Entradas populares