Big Bang



Un buen momento para escribir es aquel en el que las miradas se cruzan. Sí, las miradas entre el armado con la pluma en mano y esa entidad extraordinaria que ni las palabras, su sustancia, son capaces de describir.

Así los días para unos, las noches para otros, y el campo de batalla donde se forjan sueños guerreros, es para todos sin tiempo.

El cruce de miradas es un momento implosivo. Consume todos los significados y deja a la página en blanco... en blanco. Un vacío que sólo puede llenarse con la gramática imaginaria del yo impreciso y vacilante, del yo que ignora y siente.

Hablemos pues, de las cosas del mundo. La lluvia, por ejemplo, que es agua danzante. El fuego, la muerte asustada, la forja de besos, la estampida... Todas esas cosas del mundo están por construirse en el cruce de miradas.

Ergo, el silencio. Porque no hay creación sin silencio.

¿Creación? Preguntan algunos con la incredulidad que alimenta la parte lógica del fundamento primigenio. Logos, quizá... cosmos. Pero una parte es la diferencia y las otras le dan sentido. Por ello... sí, logos, cosmos y creación. Por eso la página en blanco y el campo de batalla conquistado por la sístole y la diástole. Por eso los cascarones abiertos y la imaginación que fecunda.

Las verdades son notas en la música del universo. En ella las totalidades y los fines son parte de las totalidades y los fines que son parte de...

Alguna fuerza ajena me viene a cerrar los ojos. El cruce de miradas termina en el instante.

Una nota más queda escrita en la partitura de nuestra sinfonía

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