No quiso responderte. No. Todo fue un sueño.

No quiso responderte. No. Todo fue un sueño.
El olor y los sabores que salpimentaron la experiencia.
Ella me dijo que su desnudez tan sólo era un signo.
Uno que no podía encontrar significado alguno.
Por eso te pedía que la compararas con las otras
y que le dijeras de qué color era su vagina
poco después de haber sido penetrada.
El maquillaje que usaba, no eran los polvos que
cubrían su rostro con grandes ojeras.
Solía maquillarse con palabras, cada mañana,
antes de ir a verte.
Los adjetivos eran tan sólo accesorios
por lo que, podría decirse, que todo el tiempo
la llenaste de joyas. Pero ¿sabes qué? ella se
las quitaba todas las noches al llegar a casa.
Hubo algunas que empeñó o que
decidió no volver a usar.
La vez que tomó las pastillas para dormir
y te pidió que la cogieras en aquel estado
inconciente, fue el acto más conciente que
había llevado a cabo en toda su vida.
Cuando despertó en la bañera y notó
los pequeños hilos de sangre que se
enredaban en sus muslos, decidió que lo
mejor era hacerte desaparecer.
No te odió, ni sintió ofendido su orgullo en
ningún momento. Camino hacia el espejo del
baño y miró su espantoso aspecto de mujer maldita.
Sonrió y mordió sus labios con fuerza para herir lo
único hermoso que quedaba de su cuerpo.
Cualquiera le habría dicho que una mujer
violentada de ese modo era un caso digno de
llevarse hasta la corte. Pero no era una víctima.
Por supuesto, su aspecto en aquel instante
indicaba todo lo contrario.
Se lavó y leyó la nota que dejaste
sobre la cama. Sabía que habías llorado.
Sobre todo, mientras escribías la parte en la que
le había hecho las cortadas con la navaja de afeitar
mientras te venías sobre su rostro.
Vaya estúpido. Ella se rió de ti al leer esas líneas.
Pero al llegar al párrafo donde decías: tu cuerpo
desnudo es carne viva de sacrificio para los dioses
muertos, su dolor se agudizó hasta el llanto descontrolado.
Su desnudez era tan sólo un signo. ¿Cómo te
atreviste a darle un significado?
Profanaste su recinto de palabras, con palabras.
Por un momento había decidido dejarte ir,
pero esta frase arrancó de ella cualquier
estrategia mental para evadir sus deseos de homicidio.
Tomó tu fotografía entre las manos y y la
delizó entre sus pechos. Metió confuerza sus
dedos en la vagina ý sus líquidos humedecieron
las cobijas. Bajó tu fotografía y la frotó en su
sexo para después mojarla con la sangre que
todavía chorreaba por sus muslos. La miró.
Tu rostro, empapado de sangre. Te ves mejor
así, dijo. Tomó el abrigo largo que guardaba
en el clóset y salió decidida del apartamento.
¿Te estás haciendo la paja? ¡Cómo adoraba
golpear tu pene erecto!
Me pidió que te recordara la vez que
levantaste su falda en aquel bar y le
bajaste las bragas. El ruido y la tenue luz te
incitó a subirla en la barra y lamer su coño
abierto y mojado frente a todos. Cuando los
corrieron de lugar, la agachaste en la
entrada y se la metiste por el ano. El viento
frío de invierno rozó sus pezones cuando subió
su blusa y dejó las tetas al aire.
Un transeúnte olos vio y se quedó idiotizado.
Ven y cómemela. Le dijiste. El hombre se acercó
y lamió como un pobre animal sediento.
Después lo tumbaste de un golpe que lo dejo
perdido y sangrante en el suelo. Los dos se
pusieron sobre el cuerpo inerte y cogieron una
y otra vez hasta que el hombre volvió en sí.
Ella le sacó el pene y le hizo una mamada
mientras tú le mordías a ella las nalgas.
Como dos niños pequeños después de una
travesura, corrieron por la calle hasta
desaparecer en la esquina.
¿Si lo recuerdas? Qué bien. Ella quería que ese
fuera tu último recuerdo.
Ahora, tan sólo mira hacia atrás y dile
que la amas. Ella te espera con el revólver en
la mano, decidida a terminar con perfecta historia
de amor. Me ha pedido que te diga que ella
también te ama, después de todo.
Pum.
HELENE D´HARDMARE

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