Prejuicios

Todo depende del humor con el que me levante. A veces sólo me interesa dejar pasar las miradas y los verbos que las acompañan, pero hay ocasiones en las que tengo un poco de fuego a la mano y se me antoja quemar la certidumbre.

Una de las cosas que me agrada incendiar son los prejuicios.

¿Hasta qué punto es capaz una persona de señalar a otra sin siquiera conocerla? Pueden existir pistas e incluso actos irrefutables que nos llevan a pegar etiquetas por doquier. Pero también es común encontrarse con sentencias que presumen su certeza como lo hacía el emperador con su traje en cierto cuento para niños.

Nadie puede decir lo que el otro es. A lo mucho, puede resaltar un error o dar argumentos para justificar una opinión. Es posible que una serie de acciones desafortunadas nos permitan conceder cierto juicio sobre el otro (finalmente, el conocmiento se urde a partir de la experiencia, la memoria y la razón), pero la nobleza del pensamiento nos ofrece la facultad de dudar, de investigar e incluso de admitir una equivocación.

La mayoría de las personas hemos juzgado erróneamente al menos una vez. Hacerlo es tan humano como la creencia y la necedad. Pero señalar sin argumentos razonables sólo deja en claro una cosa: el temor.

Solemos agredir los que nos da miedo, es una forma de autodefensa que nos protege de lo desconocido o bien, de todo lo que puede lastimarnos. Por eso lanzamos prejuicios sobre las personas que son distintas a nosotros, pero también sobre aquellas que nos perjudican de algún modo (y vamos, esto puede ser hasta porque lastiman nuestra autoestima).

Cuando una mujer ve a otra y la considera más hermosa que ella, una de las primeras reacciones es la de lanzar un prejuicio: "Seguro esa tipa es una zorra", "Mira cómo se viste. Es una urgida", "Esa vieja se cree mucho y la verdad, ni es tan bonita. Además se ve que es tonta".

En el caso de los hombres sucede lo mismo. Un ejemplo claro de ello es la típica frase que sueltan cuando se sienten inseguros "¿Ese? Seguramente es gay"

El prejuicio automático hacia alguien que no conocemos puede entonces, ser en realidad problema nuestro, de nuestra falta de seguridad.

El ser prejuiciosos ante lo desconocido es una defensa a veces útil pero a veces obsoleta. Ciertamente hay personas que nos brindan mayor confianza que otras, sobre todo las que comparten con nosotros algunos aspectos. Lo que nos parece extraño, amenaza nuestro espacio vital, nuestros rituales y creencias.

Sin embargo, defendernos de lo extraño también nos cierra puertas y la mayoría de las veces, nos deja envueltos en el manto de la ignorancia.

"El león no es como lo pintan", dicen. Y nuestra capacidad de dudar acerca de lo que nuestros sentidos y nuestras propias experiencias (válidas pero no universales) nos presentan de frente, es la capacidad de conocer y generarse un criterio con argumentos, de formarse un criterio amplio y sólido.

Por ello me surgen las ganas de incendiar la certidumbre, de mover los cimientos y despertar la duda. Es la única manera de continuar un poco cuerdo en este mundo de marcas y etiquetas impuestas por el fantasma de la inseguridad y la ignorancia ajena.

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